Los hijos de la tercera ola
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Los hijos de la tercera ola

Cuando se reúnen amigos de nuestras edades es difícil no tocar en algún momento el tema de la educación, los hijos, la escuela... Lo normal es que se hable con orgullo de un hijo que va para científico, o que ha tenido matrícula de honor en Derecho. Los padres de niños más pequeños suelen decir cosas como “yo lo que quiero es que se porten bien en la escuela y que se centren en los estudios”.

Os estaréis preguntando qué tiene esto de especial como para dedicarle un post. ¿Quién no está orgulloso de un hijo que está llevando a cabo sus estudios de manera excelente? ¿No es lo que queremos todos los padres?

Puedo entenderlo porque yo también me enorgullezco de los éxitos académicos de mis hijos. Pero lo confieso. En estos casos me cuesta bastante disimular mi perplejidad y tengo que contenerme mucho ante este planteamiento tan generalizado sobre la educación. En resumen, la preocupación y el deseo casi unánime de los padres es el siguiente: que los hijos se acoplen lo mejor posible a la escuela, para que luego se puedan acoplar lo mejor posible al sistema. Pocos o ningún comentario escucho, alto y claro, de padres orgullosos de sus hijos rebeldes, o un poco más “artistas”, o que directamente se niegan a entrar por el aro.

Que se acoplen al sistema. Que sean dóciles y que saquen buenas notas como sea.

El “problema” surge cuando uno o dos de nuestros hijos, a pesar de todos los esfuerzos, no consiguen llegar a lo que se espera de ellos, pero la bomba nuclear explota cuando se niegan abiertamente a colaborar con un sistema que les parece absurdo. En estos casos, la respuesta de los padres también parece unánime. Empieza con preocupación y malestar y termina con sufrimiento y desesperación.

Examinemos de cerca el asunto. Para ello voy a citar el libro de Alvin Toffler, “La Tercera Ola”, que me hizo leer mi buen amigo Jorge un día en el que me escuchó decir muchas tonterías seguidas. La tesis fundamental del libro es, a grandes rasgos, que nos ha tocado enfrentarnos en nuestro tiempo a la tercera ola, la ola tecnológica, que está provocando y provocará cambios drásticos a todos los niveles, al igual que lo hicieron la primera ola, la agrícola, y la segunda ola, la industrial, en su momento. Estamos asistiendo, según Toffler, a la crisis y derrumbe del viejo mundo industrial con su forma de pensar que ya no se adapta a la nueva realidad. De este viejo mundo surgirá otro completamente diferente, con un hombre completamente diferente, que vivirá y se relacionará según nuevos y variados modelos que poco o nada tienen que ver con los anteriores. Las tesis de Toffler, enunciadas en los años 80, apenas si requieren de alguna precisión. A estas alturas se han convertido en una evidencia.

Volvamos a la escuela. ¿Qué necesitaba la escuela de la era industrial? Formar a trabajadores para las fábricas que pudieran realizar trabajos repetitivos durante muchas horas, concentrados en sus tareas, para obtener la mayor productividad, personas dóciles que acataran órdenes de sus superiores sin rechistar, en una estructura piramidal. Es esa necesidad la que ha “fabricado” pieza por pieza la escuela que tenemos hoy. Una escuela que premia al alumno “buenín” que puede concentrarse aunque el profesor o un absurdo temario lo mate de aburrimiento, que acepta sin cuestionarse lo que le dicen porque si se lo dicen es que es así como se hace, alguien capaz de repetir y repetir para vomitar en un examen palabra por palabra algo que ni siquiera entiende…

Ciertamente aún sobreviven muchas empresas e instituciones de corte industrial, pero sus días están contados ante el maravilloso tsunami que se nos viene encima. Y ya era hora.

¿Qué pasará con este tipo de alumno “ideal” para tantos profesores y, lo que es más triste aún, para tantos padres, el alumno perfectamente dócil, cuando la tercera ola entre de lleno en nuestras vidas, algo que ya está ocurriendo a gran velocidad? ¿Qué pasará cuando no pueda repetir las pautas de éxito basadas en la obediencia para las que lo ha preparado la escuela y que ya no se adaptan a la nueva realidad? ¿Qué pasará cuando ya no exista una “fábrica” a la que ir a pedir trabajo y en su lugar se vea obligado a desarrollar sus propias estrategias de autoempleo en un mundo tan cambiante en el que la incertidumbre es como el aire que respira? ¿O cuando tenga que ser líder en varios proyectos horizontales que se desarrollan de manera simultánea, cuando necesite valorar múltiples alternativas y tomar decisiones complejas basadas en la gestión de cantidades ingentes de información? ¿La escuela lo habrá preparado para algo de esto?

¿Qué sentido tendrá el rigor tan sufrido del modelo industrial cuando se pueda trabajar desde la casa con horarios libres? ¿Qué sentido tendrá la antigua noción de éxito (tanto tienes tanto vales) ante la nueva visión de la vida que se impone (mi vida es plena, mi tiempo me pertenece, hago lo que me gusta y vivo de ello)?

¿Tiene sentido una escuela que por momentos se convierte en un absurdo monstruo, se mire por donde se mire?

Pero la escuela es lo que es. Y, por suerte o por desgracia, la ley nos obliga a llevar a nuestros hijos. Menos mal que algunos profesores aún salvan una pequeña parte dentro de tanto tiempo perdido, profesores vocacionales que aportan a nuestros hijos una valiosa experiencia sobre el mundo y la vida, acompañada de conclusiones acertadas. El monstruo lleva incrustados algunos pocos diamantes. Dichosos aquellos que tienen la suerte de encontrarlos en algún momento de su vida escolar.

Pero luchar contra esto es lo mismo que luchar contra los molinos de viento. Inútil. Además, no hace falta. La tercera ola es imparable y pondrá antes o después las cosas en su sitio. La escuela, tal y como la conocemos, desaparecerá. Es cuestión de tiempo.

Yo sólo quiero rogaros de rodillas, padres de niños que se rebelan contra tanto absurdo, que se niegan a meterse en el ataúd de una escuela moribunda, que comprendáis qué está pasando. Y os animo a que habléis de vuestros hijos más rebeldes, quizás más artistas y sólo quizás que suspenden las matemáticas también con orgullo. No me refiero a aplaudir a los chicos con problemas de aprendizaje en vez de poner los medios para solucionarlo (nuestros hijos necesitarán más que nunca habilidades avanzadas de aprendizaje para los retos de la tercera ola, y esto es algo que se puede adquirir). Me refiero a esos hijos más globales, creativos, desordenados, incapaces de una rutina o de actividades repetitivas porque tienen otra estructura en su ADN, con gran visión de conjunto, con capacidad de adaptación y de comunicación. No os los carguéis. No les inculquéis vuestro miedo de hombre de educación y mentalidad industrial que se siente incapaz de afrontar los cambios que se avecinan. No les echéis encima vuestros lastres. Ellos no necesitarán nada de eso para sobrevivir con dignidad y hasta para ser mucho más felices.

Son esos incomprendidos talentos globales los que tienen la razón. Y son también los que se llevarán el gato al agua en el mundo de mañana. El futuro les pertenece por completo.


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